domingo, 14 de septiembre de 2008

Camerún. Una vivencia en 2008 (3)






El Tren es una institución viva. La pobreza una realidad palpable

La primera jornada estaba resultando interesante. Tras comer una ensalada fiable y pollo con plátano frito preparado por una hermana del guía, aún nos quedaba viajar en tren desde Yaounde hasta Ngaounderé, en el norte de Camerún. Sólo hay dos trenes entre estas ciudades que salen a la vez (uno en cada sentido). Son trenes diésel puestos en funcionamiento, hace unos cien años, por unos ingenieros italianos, y que siguen siendo el mejor medio de desplazamiento entre el Centro y el Norte del país (las carreteras tienen tramos de tierra que en épocas de lluvia pueden permanecer cerrados).

Desde horas antes de su salida, los aledaños de la estación están plagados de vendedores, porteadores, gendarmes, mendigos. Hay bullicio, y gritos y carreras de difícil interpretación. El personal de seguridad impide el paso a los que no llevan billete, incluso a militares que se quieren colar. Dos horas antes de la partida ya estamos instalados en nuestro vagón-litera para evitar perderle si hay un imprevisto. Cuando, al fin, queda el andén despejado, el tren arranca suave y solemne para detenerse a cincuenta metros. Una cabra bala cerca. Sigue oyéndose el ruido de motos y bocinas de coche. Tras una valla metálica hay unos niños apostados desde hace horas para ver la partida de la máquina y sus veinte vagones rojos.

Asomados a la ventanilla vemos asentamientos rústicos y chabolismo, gentes saludando a nuestro paso, niños alegres, adultos deambulando, y caminitos hacia la selva. Gentes sentadas por aquí o tumbados por allá en actitud como de espera (tal vez lo que esperan es un tiempo de mejora que difícilmente les llegará un día).

El viaje nocturno fue agradable en aspectos de descanso, y de acercamiento y comunicación entre nosotros. Hicimos un fondo comunitario, aprendimos a beber agua mineral sólo si no estaba desprecintada, y a ayunar. I. y yo jugamos a las cartas y leímos a la luz de la linterna. El vagón está limpio y confortable. El folclore, el hacinamiento y el desfile de personajes, de lo que hablan las guías, deben sucederse en los vagones de segunda y tercera categoría donde llevan productos y animales para los mercados. Como no lo vimos, solo podemos imaginar (si estás ahí, Explorador, cuenta qué has visto).

En la ciudad de Ngaoundere, por cierto es musulmana y tiene Universidad, el guía contrata una furgoneta y un conductor (ya conocido) por una semana. Hacia Garoua recorremos paisaje de sabana y bosque camerunés. Atravesamos mercados donde “los esbeltos ganaderos mbororo, con sus espectaculares escarificaciones faciales, venden sus productos agrícolas” (las frases que aparezcan entrecomilladas son literales de un programa que A. nos envió antes del viaje). Estas escarificaciones o “balagres” indican rango y elegancia, y se las hacen en la niñez. Nos hacemos foto con una mujer mbororo y su hijo en la espalda, previo acuerdo de precio. La mujer tenia unos 13-15 años. Las casas de estos ganaderos tienen adornos en el techo, y en su interior hay un fuego central, y unos troncos de árbol que les sirven de camastro. Alrededor de la casa (sare) cultivan maiz, cacahuetes y ñames. En realidad, los mbororo son los domésticos de los Fulwe (cuidan el ganado de éstos).

Nos detenemos sobre el puente de un rio para disfrutar del paisaje y de una piña que I. corta con habilidad. Hay mujeres y niños lavando ropa, y un calor húmedo y pegajoso produce bochorno.

Los Autóctonos de Garoua son los Fali, gentes delgadas y altas que también fueron expulsados por los Fulwe de las ciudades. Los Fulwe son musulmanes, y sus jefes se llaman Lamidos. Los lamidos recaudan impuestos o diezmos de cultivos y ganadería. La gente tiene un respeto “de vida y muerte” por estos jefes, de forma que a nadie se le ocurre tratar d engañarles con los diezmos. Habitualmente son ricos e influyentes. La sucesión de un lamidato suele ser por designación directa, por escrito, de los mismos. Casualmente, siempre delegan en uno sus hijos. Hay un respeto mutuo entre el Gobierno y estas jefaturas locales y tradicionales (lamido, rey, sultán, fon…)

Recaudan pero apenas reinvierten en la sociedad. Por ejemplo las escuelas que son edificios sin rematar, muchos sin ventanas, agua corriente, luz, ni medios didácticos elementales.

Nos hospedamos en hotel con habitaciones tipo bungalow camerunés. En la ciudad de Garoua hay un ambiente de pobreza en las calles: puestos pobres, cunetas repletas de basura. En un chiringuito tomamos una cerveza Guiness (la que hay de Camerún tiene un formato único de 650 cl.) que me devuelve un suspiro esperanzado sobre soportar tan larga estancia. Ciertamente soy un agobiado viendo esta insalubridad, menos mal que tengo la seguridad del guía, si no estaría derrotado. Se me quitan las ganas de visitar otros países pobres. Me queda Perú (lo he prometido y yo no soy político), tal vez Argentina o Vietnam. Después debería sumergirme en las maravillas paisajistas por descubrir de Castilla, León, Asturias…

¡Cómo valoro a los valientes que emigran esperanzados a otra patria!

Me encantaría una revolución que IGUALASE el sur al norte, ciencia e ignorancia, respeto y violencia, democracias y totalitarismos, justicia y corrupción, entre todos los humanos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Este silencio es de agradecer. Lo interpreto como "leido, espero el capítulo siguiente"

Victor dijo...

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Querido Jaime:
Días van pasando y apenas comentamos esta entrada. Pareciera que nos motivaran más las cosas más livianas, como un chorrito cayendo sobre una hoja... pero no te equivoques, eso es solo nuestra tendencia al juego.

Personalmente estoy esperando una nueva entrada sobre Camerún. En ésta me han impresionado sobre manera las fotos, esa escuela impresionante, con sus escasos recursos pero llena de magia.

Sé que se te va a acumular el trabajo, porque ahora necesitamos también las experiencias del crucero. Para el próximo lo hacemos juntos y así no hará falta escribir, intercambiamos impresiones tomando café en la proa viendo saltar a los delfines.